Es una tarea más que difícil abstraerse de la realidad y no escribir sobre lo que leo, veo y escucho a diario. La crisis económica, cuatro millones de parados, funcionarios que le bajan el sueldo, pensionistas a los que se congelarán las pagas, obras públicas paralizadas y, así, una cascada de medidas. Pero, qué pasa con nosotros, con los que diariamente hacemos llegar al ciudadano este boom de malas noticias...
Hace una semana tuve ocasión de participar en la Feria del Libro de Jaén. Lo hice con la presentación de la última obra del escritor y periodista (adjunto de El País, para quien no lo sepa) Juan Cruz, Egos revueltos. Lo que se supone que debía ser un encuentro literario pasó a ser un tira y afloja sobre la función del periodista y de los medios de comunicación. Y es que somos un colectivo que siempre estamos en boca de todos. Nos acusan de ser partidarios, de manipular la realidad, de perseguir fines económicos, de ser el cuarto poder, de condicionar la opinión pública. Ahora, se meten con los mandamases para denunciar que los peones están proletarizados, que son mileuristas y están esclavizados.
Pues sí, en muchos aspectos tienen razón porque, para sorpresa de muchos o de pocos, los periodistas también comemos, pagamo hipotécas, tenemos recibos de luz, agua, gas, tenemos hijos, gastos educativos a los que hacer frente, en definitiva, somos humanos y, por lo tanto, trabajamos como tal.
Lejos queda la imagen utopica de aquel profesional que lucha por conseguir una sociedad mejor, que se implica y que busca, a pesar de todas las consecuencias, la verdad. Aunque queda restos de ese ideal, el ejercicio del periodismo es terrenal y por eso refleja la sociedad donde se ejerce. El periodismo nace de la realidad cotidiana, que también la vive el periodista con toda su crudeza. El periodismo es una de las profesiones más proclives a ser prostituida. Mas aún cuando en ninguna otra se registra con tantas facilidad que cualquiera se puede dedicar a ella sin que nadie se lo impida. Esta falta de conciencia hace que los peones, los soldados rasos, los plumillas de la calle, se limiten a ver, oir y callar, con el único propósito de tener una nómina a final de mes.
Porque no están las cosas para tirar cohetes. Sólo hay que mirar los datos. Más de tres mil periodistas despedidos en el último año.
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